como la vida misma/Arturo Ruibal
La doncella y su séquito

Gozan de merecida fama las Justas de primavera que cada cuatro años convocan en múltiples lugares a los caballeros y damas más nobles del Reino, más entre todas destacan las que se celebran en el castillo de Madrid, que sus habitantes llaman Casa de la Villa, pues el ganador será nombrado alcaide del castillo por los próximos cuatro años.
Ha pocos días se presentaron los aspirantes al premio. Lo primero que llamó la atención de muchos aspirantes fue ver que el castillo era en realidad la guarida del dragón Gallardón, que así parecía competir en casa, pero los demás, sabedores de ello, se dispusieron a vencer como si las justas fueren en castillo neutral. Entre grandes reposteros, y precedidos por los maceros del castillo, entraron los nobles cortejos mientras cuernos y trompetas llenaban el recinto de notas marciales. El anterior alcaide, al que llaman Manzano sin que se conozcan sus frutos, observaba complacido el singular desfile. Entraron primero las gentes venidas de Génova con Don Gallardón a la cabeza, y después los venidos del caserío, antaño indómito, de Ferraz.
Oh, qué gran cortejo, qué nobles caballeros, qué hermosas damas lo componen. Y qué grande sencillez la suya: se hacen pasar por gente sin cuna, pero sus abalorios y la fina textura de sus vestidos demuestran que dejaron de ser pueblo llano tiempo ha. Delante iba la doncella, mitad Santa Juana de Arco y mitad Santa Rosa de Luxemburgo, que todos conocen como Trinidad de Jiménez; llevaba en sus manos un ramo de flores, símbolo de su pureza ideológica, que luego repartiría entre las damas asistentes.
Fue una velada espontánea en la que se comió, se cantó y se bailó. ¿Qué más se puede pedir a unas Justas de primavera? El séquito de Ferraz se marchó convencido de que el bastón puede ser suyo, sobre todo al enterarse de que tribus bárbaras se han enzarzado en sangrientas batallas y que Don Gallardón, atado por compromisos que no puede romper, no osa condenarlas.